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El conductor
Nuestro desafío: ayudar y concienciar

A mí siempre me han dicho que soy una persona con suerte, que tengo estrella. Yo me estrellé, pero volví a nacer en el momento uno del accidente.

A mí siempre me han dicho que soy una persona con suerte, que tengo estrella. Yo me estrellé, pero volví a nacer en el momento uno del accidente.

Cuanto sucedió, yo tenía 25 años. Había acabado mi carrera de psicología industrial, me encantaba bailar flamenco (era como Lola Flores bis) y practicaba mucho deporte (esquí acuático, cablesquí en slalom, gimnasio, navegar), era una persona muy activa, que disfrutaba cada minuto del día. Aquel 20 de septiembre volvíamos de pasar el fin de semana navegando cuando ocurrió el accidente; fue por una tontería, una pequeña distracción del conductor al cambiar la cinta de música. Y por otra tontería, tener el reposacabezas mal colocado, en el cuello en lugar de en la nuca, yo me quedé tetrapléjica. Me sacaron del coche por la ventana, y me dejaron sobre el suelo, boca abajo, hasta que llegó la ambulancia que me llevó al Hospital La Fe de Valencia. (Recuerdo que, con el nerviosismo de la situación, cuando me iban a cortar el traje grité: “¡Nooo que es de mi hermana y me mata!”). Me tumbaron en una cama, boca arriba, y me colocaron un compás con 40 kilos de peso hacia atrás para alinear las vértebras. Así estuve dos meses, sin mover prácticamente nada de mi cuerpo; apenas un poco los brazos.

Dos meses en los que se me acumularon las ganas de salir y disfrutar, a pesar de las circunstancias. Así que en cuanto me quitaron el compás y me subieron a una silla, con un aparato lleno de hierros que parecía robocob, empecé a escaparme con el personal o con amigos a cenar y bailar por la noche. El 21 de enero, dos días antes de mi cumpleaños, me trasladaron a otro hospital (el Asepeyo Coslada) y para despedirme me organizaron una fiesta sorpresa a la que fueron 150 personas; la fiesta más bonita y emocionante de mi vida. Con Salve Rociera y todo.

En el año y medio que permanecí ingresada asumí el papel de psicóloga (en realidad mi profesión), decidí que yo estaba allí para ayudar y animar a los demás. Tuve la suerte de que estaba en un hospital de la aseguradora así que, además de disfrutar de una habitación doble con cama para mi madre, al no haber demasiados pacientes graves podía recibir dos o tres horas de terapia ocupacional y otras dos o tres de fisio y piscina todos los días; cinco horas de rehabilitación diaria durante año y medio. Un lujo.

Mi novio por aquel entonces, Jesús, estaba haciendo la mili en Canarias y se escapaba para venir a verme. Fue una relación un poco intermitente, pero cuando por fin se licenció rehicimos la relación y, después de tres años de novios, decidimos casarnos.

Un poco antes, un médico con el que había contactado en Madrid me ofreció trabajo como psicóloga en el hospital La Paz, para ayudar y animar a las víctimas de accidentes con lesión medular. Y acepté, por supuesto. Yo, desde el primer día, desde el momento mismo del accidente, había decidido mirar la situación en positivo, enfrentarme a la tragedia con optimismo, con enormes ganas de vivir y seguir disfrutando todo lo que me ofreciera la vida. Y en esos planes entraba también la idea de tener hijos. Le pregunté al médico qué tenía que hacer, pero me contestó que ni se me ocurriera, que no era posible: “no te puedes arriesgar, es peligroso para el bebé, para ti, ¡ni hablar!”. Jesús y yo nos casamos en noviembre y a finales de diciembre ya estaba embarazada. El mismo día de mi 29 cumpleaños, el 23 de enero del 92, me fui a hacer la ecografía; el médico nos miró a Jesús y a mí y nos preguntó: “¿Tienen antecedentes de gemelos? Porque están esperando mellizos”. La sorpresa fue mayúscula, claro. Y la ilusión también. A los 8 meses me hicieron la cesárea y nacieron dos preciosas niñas de 2.100 y 2.400 gramos que, por desgracia, tuvieron que permanecer en incubadora hasta después incluso de que me dieran a mí el alta. Durante aquellos primeros meses mi casa se llenó de familiares que se ocupaban de las niñas… mientras yo me quedaba mirando.

También hubo otro cambio importante en mi vida. Un nuevo gerente en La Paz decidió que la plaza de psicólogo para los medulares no era necesaria, y que prescindían de mi persona. Pero se dio la coincidencia de que se acababa de fundar Aesleme muy poco antes, por el Dr. García Reneses, que trabajaba conmigo, y el catedrático de medicina preventiva Dr. Rafael Herruzo. La idea de crear Aesleme surgió tras un estudio comparativo de los años 80 y los 90 en el que comprobaron que en sólo una década se había triplicado el número de lesionados medulares; y que la causa fundamental era el tráfico y el colectivo más afectado eran los jóvenes. Crearon la Asociación con un doble objetivo: por una parte la prevención de accidentes de tráfico y por otra la sensibilización para lo que hay después de un accidente. Una misión enfocada a los niños y a los jóvenes, para que conocieran las causas, cómo evitarlas, lo que les podía ocurrir, cómo les cambia la vida después de un accidente y que fueran conscientes de que a todos nos puede pasar… pero que hay una vida después de una lesión grave, que se puede superar.

Empezamos tres personas, con 3.000 euros en la caja y un despacho… en la Facultad de Medicina (el despacho del catedrático Dr. Herruzo). Hoy, 25 años después, somos 150 personas entre trabajadores y colaboradores, organizando ocho o diez campañas diferentes al año para llegar a todo el público objetivo que puede haber en España, colegios, institutos, universidades, menores, academias militares, prisiones… Preparando charlas específicas para cada colectivo.

Los ingresos, afortunadamente, se mantienen a pesar de la crisis; pero cada año empiezan de cero, sin saber lo que nos va a llegar. Premios, subvenciones públicas, empresas privadas; algunos repiten año tras año, otros fallan y casi todos reducen sus aportaciones (aunque con el dinero que recibimos hacemos tres veces más que un ayuntamiento o una comunidad autónoma). Yo, desde luego, no tengo tiempo para aburrirme, como responsable de relaciones externas, y además del tema institucional y financiero, el trabajo administrativo, charlas… y lo que surja. Y me siento especialmente orgullosa de que Aesleme sea una de las 50 ong acreditadas como “empresa transparente”; además de haber obtenido el ISO de calidad y el de seguridad vial. A lo largo de estos 25 años, Aesleme ha llegado a 4 millones de personas de todas las edades, haciendo un valiosísimo servicio de prevención y sensibilización.

A mí Aesleme también me ha dado mucho. Gracias a la Asociación he estado con ministros, con reyes, nos han entregado medallas y premios, he sido la primera mujer consejera de Pelayo (antes de la cuota del 50%)… todo gracias a la tetraplejia. Probablemente haya disfrutado de una vida mucho más rica que antes. Y no he parado de trabajar desde que dejé el hospital. Y eso es porque yo, desde el momento uno, decidí que no iba a dar pena, que iba a ir arreglada por dentro y por fuera, como un pincel; que iba a seguir siendo la Mar de siempre. Un fisioterapeuta que no tenía brazos me dijo un día: “Mar, que no te miren con pena sino con admiración, y eso depende de ti.” Esta frase la he llevado siempre muy dentro, y me ha inspirado durante toda mi vida.

Y creo que es la mejor manera de ayudar a los demás, de inspirar a otros: ser yo misma, alegre, optimista, positiva, activa. Y ejercer lo que yo llamo “terapia por intuición”. Por ejemplo, a las chicas les enseñaba a maquillarse, para que se sintieran un poco mejor, para subirles la autoestima, que es una de las primeras cosas que se pierden; y me iba con los pacientes al cine, a comer, para que se acostumbraran a que les miraran, y que ellos empezaran también a ver su discapacidad con naturalidad.

Cuando me preguntan si soy feliz, respondo que mucho más que antes del accidente. Aunque parezca increíble, es totalmente cierto. Porque yo ahora mismo tengo un marido y unas hijas maravillosas, tengo un trabajo que me encanta, tengo los amigos de antes más los de ahora; me llaman para dar charlas a empresas privadas, instituciones, foros de todo tipo; lo que yo he conseguido a nivel personal no lo habría podido lograr si hubiera sido una persona ‘normal’…

Y lo que más satisfacción me produce es poder ayudar a las víctimas. A través de Aesleme, con apoyo psicológico, o en mi propia casa. Les doy la merienda y estamos cinco horas de charleta, ven que mi casa es normal, que tengo una familia, aficiones, amigos, una vida. Ellos, que salen del hospital pensando que su vida se ha acabado.

Es esencial el asesoramiento y el apoyo psicológico. Tan importante como la prevención y la sensibilización de la sociedad. Son los tres motivos que nos unen a los que trabajamos aquí y a las empresas que nos apoyan, como Gonvarri, que se involucran, que creen sinceramente en nuestra misión. Y la hacen suya.

Es imprescindible esta labor de concienciación. Y desde aquí me gustaría reivindicar que, igual que lo está haciendo Gonvarri con esta campaña Emotional Driving, es absolutamente necesario que la sociedad tome el relevo y el ejemplo, y dedique los recursos que hagan falta para prevenir, concienciar y sensibilizar. Si en todos los telediarios se dedicaran tan sólo unos minutos a este tipo de campañas, no podemos imaginar la cantidad de vidas que se podrían salvar. Y la cantidad de víctimas que recuperarían el ánimo de vivir. El reto está ahí, ¿quién da el primer paso?

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