es

El conductor
Una experiencia positiva

«Una mujer resulta muerta y otras nueve personas heridas de diversa consideración al arrollar un camión articulado a siete turismos en la M-50. Fue el accidente más grave en la región durante la primera “Operación Salida” de este verano.»

«Una mujer resulta muerta y otras nueve personas heridas de diversa consideración al arrollar un camión articulado a siete turismos en la M-50. Fue el accidente más grave en la región durante la primera “Operación Salida” de este verano.»

Cuando lees un titular como éste en los periódicos, automáticamente piensas que esas desgracias sólo les pasan a los demás, nunca piensas que vayas a ser tú la protagonista de la noticia. Pero ese titular, por desgracia, sí se refería a mí.

Aquel viernes 2 de julio de 2010, plena Operación Salida, yo acabé mi jornada como cualquier otro viernes. Estaba embarazada de 7 meses; muy ilusionada porque justo ese día empezaba las clases de preparación al parto. Me dirigí a mi casa, como siempre, por la M-50. Vi que empezaba a formarse el atasco; normal, pensé. Reduje la velocidad y detuve el coche, avisando al que venía detrás de mí. De pronto, miré a un lado y vi saltar piezas por los aires, y según iban saltando trozos de coches oía cómo empezaban a chocar unos contra otros. Ocho o nueve impactos. Un estruendo brutal. Yo sólo pensaba, “¡Por Dios, que estoy embarazada!”, porque a mi coche también le dieron varios golpes. El último choque, el último estruendo, fue bestial… Y, de repente, se para todo, se hace un silencio absoluto.

Yo también estaba paralizada, aterrada. Lo primero que hice fue mirar si tenía sangre en la tripa. Luego salí del coche y me encontré un camión enorme, casi encima, que me había arrancado el morro de cuajo. Recuerdo que miré a mi alrededor y sólo veía coches destrozados por todas partes. Y gente gritando y llorando, corriendo sin rumbo. Un caos total. Todo sucedía como en una película. Sin poder evitarlo, me eché a llorar.

Yo sólo estaba preocupada por  mi hija, preguntando a todo el que pasaba “¿tengo sangre, tengo sangre?” Afortunadamente, mi hija estaba bien. Pero eso no lo supe hasta tiempo después.

El accidente lo provocó un coche que intentaba colarse en el carril y se quedó cruzado; al llegar el camión, apenas pudo frenar —estábamos todos parados—, el tráiler se giró y arrastró a todos los coches que encontró a su paso. El coche que estaba justo delante del mío quedó completamente metido bajo el parachoques del camión; al conductor lo evacuaron en helicóptero. El coche que provocó la situación se llevó la peor parte: la acompañante murió y la conductora quedó inválida. Por lo que leí después, sé que hubo muchos heridos, algunos con serias lesiones. Mi coche quedó empotrado en una farola, con mi lado intacto y el otro completamente destrozado, lo mismo que el morro. Tuve mucha suerte, y un enorme ángel de la guarda.

Yo estaba en shock. Intentaba contactar con mi marido mientras una desconocida alterada trataba de quitarme el móvil. Llegaron las ambulancias, los bomberos (que se portaron increíblemente, con toda la profesionalidad y el cariño del mundo) y también mi marido, Ricardo. Y en ese estado de nerviosismo total, lo único que se me ocurre decirle es “Me vas a matar, que he destrozado el coche. Aunque, bueno, no he sido yo.” Una situación surrealista.

Me llevaron al hospital y me hicieron todo tipo de exploraciones y pruebas. Me dijeron que todo estaba bien, que había tenido mucha suerte. Pero yo no me lo acababa de creer, porque mi hija no se movía. Me aseguraron que era normal, efecto del shock, que ella también lo había sufrido. Así que me dieron el alta y me fui a casa, con collarín (el cinturón de embarazada me salvó la vida, pero me hizo un corte en el cuello). Yo seguía sin sentir a mi hija, y empecé a tener un poco de paranoia. A eso se sumó todo el papeleo, las revisiones, las visitas al seguro, la Guardia Civil que te llama para testificar… Se formó una gran bola de sentimientos, acentuados por el embarazo. Me costaba mucho dormir —tenía pesadillas, escuchaba las sirenas por la noche— y tuve que recibir atención psicológica.

Por supuesto, era absolutamente incapaz de conducir. Y cada vez que me subía a un coche (que era casi todos los días, para ir al médico, a la mutua, al psicólogo…) me ponía a llorar de pura tensión. Iba aterrada, pensando que íbamos a tener un accidente a cada minuto (aquí tengo que agradecer la paciencia infinita de mi marido). Y encima tardé un mes en sentir a mi hija, Paula, que seguía bajo los efectos del shock. Yo lo único que quería dar a luz, que acabara la tortura, la angustia, el miedo.

Por fin di a luz y todo fue muy bien, pero no me atrevía a montar a mi hija en el coche. Al trabajo me traía mi marido, pero venía tan angustiada que cuando llegaba me bajaba llorando y casi besaba el suelo. Luego me enteré de que es una enfermedad que se llama maxofobia (terror a conducir). Tardé seis meses en coger el volante.

Mi marido trataba de animarme a conducir, un domingo, sin coches, despacito… pero yo sólo respondía “¡no puedo, no puedo!”. Al final saqué fuerza de flaqueza y probé, por mi hija, por mi trabajo… Pero no fue fácil, había momentos en que sólo quería parar y salir del coche, aunque estuviera en mitad de la carretera. Se me nublaba la vista, me fallaban las piernas.  Y pensaba, “vamos Sonia, sigue un poquito más, hazlo por Paula”, y seguía un poco más, y otro poco… y así llegaba hasta el trabajo. No sé qué habría hecho sin el apoyo de mi marido, de mis padres y hermanos, de mi hijita. Desde luego sin ellos no lo habría conseguido. En estas situaciones es cuando te das cuenta de lo importante que es tu familia… y lo importante que eres tú para ellos.

Tardé un año en poner la radio, porque tenía que venir tan concentrada, tan tensa, que llegaba y me echaba a llorar, sobre todo las primeras veces. Era un triunfo el hecho de venir sola. Y si tocaba un día de lluvia y niebla, ahí el autocontrol llegaba al máximo. Yo soy una persona muy positiva, pero lo pasé muy mal. Lo importante es que decidí no rendirme. Tenía que lucharlo, no podía condicionar tanto a una persona, mi marido, que siempre me lo ha dado todo, no era justo para él ni para nadie.

Ahora vengo muy tranquila a trabajar, porque el objetivo es llegar. Han pasado ya cinco años desde aquel accidente, pero aún hay situaciones que me producen estrés al conducir. Nunca conduzco en operación salida, para viajar busco momentos en los que no haya muchos coches, extremo las medidas de seguridad, el cinturón, los intermitentes, la silla de la niña, dejo una distancia de seguridad exagerada, y si llevo a Paula, todavía más… y aun así sigo pensando que los otros coches nos van a dar.

Si he de sacar algo bueno del accidente es que ahora conduzco con mucha más prudencia. Lo que no hacen la mayoría de los conductores en España, porque creo que aquí no existe una gran educación vial, algo que habría que empezar a educar desde niños. Y por supuesto los adultos, que estamos un poco asilvestrados y necesitamos urgentemente un reciclaje, volver a refrescar las normas, volver a recuperar la prudencia.

Otra de las lecciones positivas que saqué de esta experiencia fue el comportamiento de mis compañeros, de mis jefes, de toda la empresa, incluso del presidente… todos se portaron increíblemente conmigo; no tengo palabras para agradecer todo el cariño y las atenciones que me dieron. Gonvarri es una empresa muy especial en ese sentido. El ambiente que se mantiene es, dentro de lo profesional, muy familiar. Tengo la gran suerte de poder venir contenta a trabajar.

Y por eso Emotional Driving me parece una bonita –y necesaria- iniciativa. Cuando lo viví estaba emocionadísima, fue muy impactante. Las palabras del presidente (que me emocionaron mucho, por lo humanas y cercanas que fueron) y de todos los jefes, los vídeos, los testimonios de los afectados, la fisioterapeuta, el bombero (fue impresionante; yo recordé el cariño, el humor, la profesionalidad… una labor que no valoramos hasta que no nos pasa). Fue muy bonito también que todo el mundo participara con las frases de qué nos motiva para conducir… (incluso me llevé un premio). Y por supuesto las simulaciones, que para mí resultaron especialmente impactantes.

Muchos compañeros se acercaron a preguntarme qué tal lo había vivido, y me reconocieron que esos testimonios y esas experiencias también les habían tocado por dentro. Algunos me han dicho que, por ejemplo, ahora dejan más distancia de seguridad, o conducen un poco más despacio, o extreman la seguridad cuando van con sus hijos. Y eso es fantástico. Para mí es muy importante ver que mi experiencia, o la de los ponentes, les ha calado. No somos conscientes de que en un segundo te puede cambiar la vida para siempre. Un CD, poner el navegador en marcha, el móvil, una distracción mínima… no nos damos cuenta de lo peligroso que puede ser, para nosotros y para los demás. Todos hemos tenido avisos, pero siempre pensamos que lo gordo les va a pasar a los demás.

Después de haber vivido Emotional Driving, sí se nota que la gente ha vuelto de las vacaciones más concienciada. Y eso es lo más importante. Ha sido una verdadera lección de vida, sin tener que haberla sufrido, como es mi caso. Pero yo me alegro de haber podido contarlo, y de poder sacar el lado positivo para que los demás tengan una experiencia buena.

Cada día doy gracias Dios por estar aquí, y por lo que me ha tocado. Para mí, el mayor regalo es que yo estoy bien, y sobre todo mi hija. Eso, lo es todo.

Generated with Avocode.Trazado 139
Capítulo anterior
Capítulo siguiente
Generated with Avocode.Trazado 139

Por favor, gira tu móvil para navegar