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Epílogo

Los valores del fundador

Valores y principios sólidos, firmes, que fueron creciendo con él año tras año, vivencia tras vivencia, y que siempre fueron parte de sí mismo. Valores a los que siempre se mantuvo fiel, que nunca chocaron con sus sueños y sus ambiciones.

Valores que no nacieron precisamente de la felicidad y la seguridad, sino de la necesidad y la incertidumbre. «Era el mejor de los tiempos; era el peor de los tiempos.» En efecto, la célebre frase que inicia la novela de Dickens Historia de dos ciudades bien podría aplicarse a la vida de Francisco Riberas. Pues fue sin duda un personaje muy dickensiano en sus inicios, nacido en un entorno de miseria y necesidad, en una ciudad y en un país con más locura que sabiduría, con más tinieblas que luz, con más incredulidad que creencias; y más sumido en el invierno de la desesperación que en la primavera de la esperanza, continuando con la novela de Dickens. Pero, como en los personajes del escritor inglés, a pesar de su entorno de miseria y necesidad, a pesar de la guerra fratricida que envolvió su infancia de locura, a pesar de un destino abocado a la desesperación, en la vida de Riberas siempre hubo un resquicio para la ilusión, para los sueños, para la esperanza. Para la dignidad. Siempre hubo fuerzas suficientes para luchar y avanzar, para escapar del guion que tenía asignado y perseguir un final feliz.

Fuerzas que nacían y se alimentaban de sus valores. Valores como el esfuerzo. El camino que recorrió Francisco Riberas Pampliega fue largo, a menudo penoso (sobre todo al principio), pero casi siempre reconfortante. Hubo esfuerzo, sí; y sacrificios; y renuncias. Pero en la balanza final hubo ciertamente más luces que sombras, fundamentalmente porque Riberas supo hallar luz donde, a priori, solo había oscuridad (como la Luna, que en la oscuridad brilla con mayor intensidad); y no de manera puntual, sino en multitud de ocasiones a lo largo de toda su existencia. Fue un libro, el de su vida, con no pocas páginas negras y grises, pero en el que al final abundaron los colores vivos; como suele decir el sabio Jorge Font, deportista tetrapléjico y ponente de Lo Que De Verdad Importa: «He descubierto que en las páginas más negras es donde han brillado los colores más hermosos». Y así fue también en el libro de Francisco Riberas: en los momentos de mayor dificultad y penuria es en los que él halló la fuerza, la entrega, el valor, la ilusión; cuando sacó todo lo excepcional que llevaba dentro.

Valores como el éxito. Algo mucho más profundo y auténtico que el dinero, el poder o la vanidad. Era el triunfo del trabajo sin descanso, de la entrega total, del respeto a las reglas, de la satisfacción de haberlo dado todo porque era lo que había que hacer y punto. El éxito de su humanismo ejemplar, de su actitud con los demás, de su generosidad y su arraigado sentido de la  moralidad, de hacer en cada momento no lo que es fácil, sino lo que es correcto. Y siempre, siempre con una humildad fuera de lo común, con una sencillez extraordinaria, que es quizá lo más valioso de su éxito, el personal y el empresarial. Y también el éxito de sus hijos, como continuadores de su legado y de sus valores; un éxito del que se sentía especialmente orgulloso.

Valores como la honestidad, la ética empresarial, el valor de la palabra dada. Francisco Riberas fue también en este sentido un empresario extraordinario, en el que esos valores -la honradez sin concesiones y la solidaridad con los demás- formaban parte de su ADN, al igual que su instinto emprendedor.

Riberas llegó a lo más alto sin dejar damnificados en el camino, sin rendirse a sus ambiciones y sin apartar la vista ni el pensamiento de aquellos que tenía a su alrededor. Valores que, como si formaran parte del mismísimo ADN de la familia, han pasado también a la siguiente generación. Y siguen guiando todas las actividades de la empresa desde que los hijos del Fundador tomaron el relevo.

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